La
primera manifestación ecologista fue sepultada por mentiras oficiales. El Ejército tiroteó a los manifestantes
contra los humos tóxicos de Riotinto en 1888 y el Gobierno declaró inocuos los
gases.
Manuel Ansede.
23 junio 2017.
Calcinación de mineral al aire libre en RíoTinto.
Fue, según
muchos historiadores, la primera manifestación ecologista de la historia.
Aquella mañana del 4 de febrero de 1888, miles de agricultores y mineros,
acompañados de sus familias, tomaron las calles de Riotinto (Huelva) para
reclamar la mejora de sus salarios, la reducción de sus jornadas de sol a sol y
la prohibición de quemar el mineral al aire libre en las minas de cobre. El
humo los estaba exterminando.
Quince años
antes, el Gobierno de la I República había vendido el suelo de Riotinto a un
consorcio formado por bancos alemanes y británicos. El paraje comenzó entonces
a producir de manera brutal. Los mineros, incluidos niños menores de 10 años,
sacaban pirita de las entrañas de la tierra y la calcinaban en enormes pirámides
de leña, para extraer el cobre. Su ritmo de producción era mayor al de todas
las minas chilenas juntas. Calcinaban más de 900 toneladas al día, generando
nubes de gases sulfurosos que asfixiaban a los habitantes de la comarca,
envenenaban al ganado y arruinaban las cosechas.
Aquel día
de 1888, la primera manifestación ecologista de la historia se encontró con el
Regimiento de Pavía, llegado a Riotinto para vigilar la huelga general de
mineros, de inspiración anarquista. Sin mediar provocación, según la mayoría de
los relatos de la época, los soldados abrieron fuego contra los manifestantes y
cargaron bayoneta en mano. Hubo docenas de muertos: hombres, mujeres y niños. 1888 pasó a
la historia como el año de los tiros. Pero el escándalo sirvió para
que la calcinación al aire libre del mineral fuera prohibida días después con
un Real Decreto.
Aquí entra
en escena el historiador de la ciencia Ximo
Guillem, de la Universidad de Valencia. Es un experto en la ignorancia. En
la ignorancia construida de manera premeditada con datos científicos erróneos.
El estudio de este desconocimiento fabricado artificialmente ha crecido tanto
en los últimos años que ya tiene nombre: agnotología. Y Guillem cree que las
minas de Riotinto fueron un laboratorio pionero para generar estas mentiras
—hoy bautizadas posverdad— sobre el medio ambiente y la salud.
“En 1890,
la Real Academia de Medicina concluyó que no había pruebas de un impacto
negativo de los humos en la salud”, explica Guillem en su investigación, recién publicada en la revista Medical History de la Universidad de
Cambridge. El 18 de diciembre de ese mismo año, apenas tres años después de la
matanza, el Gobierno del conservador Antonio Cánovas del Castillo, amparado en
los informes científicos, derogó el Real Decreto que había prohibido la
calcinación del mineral al aire libre. Los humos tóxicos volvieron a invadir la
comarca onubense.
Los
detalles sobre el indulto a la contaminación de las minas de cobre son
rocambolescos. Una comitiva de la Real Academia de Medicina viajó a las minas
con el fin de elaborar un informe para el Gobierno. El viaje lo pagó la propia
Rio Tinto Company Limited, la sociedad constituida en Londres por bancos y
millonarios para comprar el suelo de Huelva. En Riotinto, los académicos
aceptaron una invitación para beber champán, pero rechazaron visitar el
Hospital Provincial para comprobar con sus ojos la toxicidad de los gases
mineros. Se limitaron a entrevistar a trabajadores seleccionados por la propia
empresa.
Para
Guillem, hay un momento clave. En 1888, la familia Rothschild —un influyente
linaje de banqueros alemanes— entró en el accionariado de la Rio Tinto Company
Limited. Los Rothschild habían desembarcado en 1835 en España para comerciar
con el mercurio de las minas de Almadén (Ciudad Real). Durante las décadas
siguientes, con el monopolio mundial del metal pesado, la familia tejió un
poderoso sistema de tráfico de influencias. “Tras los sucesos de 1888 en
Riotinto, hubo una voluntad de declarar que los humos no eran tan nocivos para
la salud. Y creo que la llegada de los Rothschild fue decisiva para ello”,
afirma Guillem.
El
historiador se ha sumergido en los documentos de la época custodiados en la
Real Academia de Medicina y en el Archivo Histórico de la Fundación Río Tinto.
Muchos de ellos chirrían. Guillem recuerda el caso del académico Ángel Pulido,
que proclamó la inocuidad de los gases y subrayó que los mineros parecían
felices y fuertes.
El
conocimiento científico de 1888, no obstante, decía otra cosa. La Liga
Antihumista, promovida por terratenientes de Huelva, escribió a la reina
regente, María Cristina de Habsburgo-Lorena, para criticar la utilización en
Riotinto del “procedimiento metalúrgico más primitivo, ya desechado por la
ciencia, que reconoce otros mejores, y prohibido en el mundo civilizado por
leyes especiales que lo declaran nocivo a todo los organismos”.
Los
informes firmados por los académicos Ángel Pulido y Ángel Fernández Caro, sin
embargo, mencionaban incluso posibles efectos beneficiosos de los gases
sulfurosos contra el cólera. Los expertos invitados por la Rio Tinto Company
Limited ignoraron conocidos trabajos científicos previos, como los del
ingeniero francés Frédéric Le Play, que en 1848 había publicado una monografía
sobre los graves efectos de la contaminación metalúrgica en los trabajadores de
las minas de cobre del valle de Swansea, en Reino Unido. El informe de los
académicos también pasó por alto los datos demográficos, que mostraban menos
nacimientos y más muertes a medida que aumentaba la actividad minera en Riotinto.
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