A Felipe III se le conocía como El Piadoso, porque rezaba nueve rosarios al día, uno por cada mes que Jesucristo pasó en el vientre de su madre. A Carlos II, se le llamó El Hechizado dada la cantidad de taras psíquicas y físicas que arrastraba. Carlos IV no tuvo ningún problema con su mote: El cazador,
por sus innegables habilidades cinegéticas. Sólo en 1805 cazó 2.016
conejos, 16 jabalíes, 214 lobos, 3 gatos, 35 venados, 195 tórtolas y 206
palomas, entre otros centenares de animales.
Sancho III fue El Deseado; Alfonso XII, El Pacificador; Jaime II, El Justo...
Apodar a los reyes según sus virtudes y también sus defectos fue
costumbre hasta hace relativamente poco tiempo. Así, hay monarcas de
quienes se resaltó su comedimiento, como Felipe II, El Prudente; la solidez y el acierto de su gobierno, Fernando I, El Grande; su belleza, Felipe I, El Hermoso; sus facultades musicales, Teobaldo I, El Trovador, o su afición a la bebida, José I, más conocido como Pepe Botella.
José María Solé cuenta en su libro Apodos de los reyes de España el motivo de muchos de estos motes, casi un centenar, y la historia de los mismos. Desde los laudatorios El Sabio, El Noble, El Benigno; hasta los que señalan actitudes censurables: El Intruso, El Temblón, El Fratricida; incluso determinadas características y defectos físicos: El Tuerto, El Jorobado, El Calvo, El Gordo. A Ramón Berenguer II se le llamó Cabeza de estopa, por el color rubio de sus cabellos, y a Enrique IV, El Impotente,
algo que necesita una explicación, ya que para dar testimonio de que
los matrimonios reales se consumaban, buena parte de la corte -nobles,
validos, algún obispo, criadas, médicos, bufones de palacio- asistía al
delicado momento de la concepción, con lo que no es raro que quien más
quien menos se acabara arrugando.
Hay también monarcas que tuvieron más de un mote, a veces contradictorio. Así, a Felipe V se le conoció primero como El Animoso y después como El Melancólico. Igual que a Pedro I, a quien parte de sus súbditos llamaron El Cruel y otros El Justiciero. O Fernando VII, que fue El Deseado para unos y El Felón
para otros, dado que su reinado fue de los más indeseado. Luego está el
Conde García Fernández, todo un hombretón, batallador y vengativo a
quien se conoció como El de las Blancas Manos, tan blancas que siempre las llevaba enguantadas.
Fuente: Muy Interesante.
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